Juventud a merced de la politiquería


Hablar de una generación política de relevo es sinónimo de renovación cualitativa, gran parte de la sociedad venezolana presume que son los jóvenes son quienes llevarán las riendas de este país y lo guiarán por un mejor camino. Indudablemente es un proceso natural e inevitable que quienes hoy gobiernan dejen de hacerlo tarde o temprano para ceder a la juventud los espacios para gobernar y ser gobernados.

Durante años los venezolanos han deseado ser dirigidos por los mejores pero se han decidido por los peores, aquellos que no comprenden que la política requiere de un profundo estudio y sentido social para tomar las decisiones mas acertadas; que debe ser técnica, practica, consciente y consecuente con la realidad, pero aquellos que indudablemente no podemos ignorar supieron aprovechar el desinterés de muchos en participar y un gran aparato  o monopolio comunicacional.

Ante esta realidad nace una gran interrogante: ¿Se encuentra la juventud política actual en capacidad de relevar a los incapaces o solo sustituiríamos un mal por otro?

Existe la esperanza de que los jóvenes verdaderamente hagan un mejor esfuerzo que quienes con su mal gobierno arrastraron la patria al precipicio vigente, se sostiene que la sangre joven no está infectada con la vieja forma de hacer política, aquella que se alejo de la ciudadanía, la política de improvisación y sin continuidad, la política que gobierna a discreción de un cogollo. Indiscutiblemente como existen hombres de mala fe, los hay de buena voluntad, y es necesario comprender que tanto de la buena como la mala política existen herederos que van mejorando y tecnificando su forma de ser y de hacer, existen cantidades de políticos como de politiqueros.

El politiquero es aquel que hará lo necesario sin importar las consecuencias para llegar a ejercer un cargo de poder, o que bien mantiene la esperanza de ser gobernante haciendo el menor esfuerzo posible por comprender la realidad social ya que carece de preparación o aptitud suficiente para ello, es aquel que entre brindis, actos y reuniones cree estar construyendo el futuro de la nación, ese protestante irracional carente de causa, propuestas y autoridad moral que va subestimando siempre a la sociedad, un azote, con talento pero sin probidad.

¿Está la juventud a merced de la politiquería?

La juventud debe comprender que la política es mucho más que tomarse una foto con un candidato, pegar afiches y repartir volantes en las zonas populares, es absurdo pretender un profundo cambio positivo sin hacer un profundo cambio de actitud, es insensato pensar que seguir haciendo las cosas de la misma forma producirá resultados distintos.

La desvergüenza es lo que más destaca en estos individuos que hacen de la politiquería su oficio, en su mayoría pretenden rescatar la democracia cuando su mayor logro es repetir años o semestres para continuar ejerciendo cargos de poder en sus casas de estudio donde por cierto están bien acomodados con las autoridades de turno, vociferan y critican la corrupción cuando es habitual para ellos la venta de favores y la extorsión como método de subsistencia.

También están quienes criminalizan la violencia siempre y cuando sea ejercida en su contra, quienes desestiman a los partidos jugando a la antipolítica pero a su vez son financiados por estos, siempre resguardados bajo las faldas gobierneras pero con una máscara de independencia para ser aceptados por aquel pueblo que está cada vez más decepcionado, un pueblo que no comprende porque lo nuevo no termina de nacer.

Frente esta realidad la sociedad no debe considerar abstenerse sino por el contrario, participar como mayor afán, probidad, consciencia y selectividad, son quienes absteniéndose en participar con conocimiento de causa teniendo las cualidades necesarias para hacerlo, los mayores culpables de que el destino de Venezuela llegase a ser en resumen, gobernada por injustos, como bien decía Mahatma Gandhi: “Lo más atroz de las cosas malas de la gente mala es el silencio de la gente buena”.

Para combatir la politiquería es preciso agrupar a los dispersos o abstencionistas de buena fe y emprender junto a ellos el camino de la política racional, del profundo estudio teórico y la práctica necesaria destinada a orientar la sociedad, promover la autocrítica y la meritocracia e impulsar la política de propuestas ante los problemas y la política de protesta ante las injusticias, dejando así de ser gobernados por lideres de moral distraída, vacunados una vez por todas contra el virus de la autocracia.