Podemos identificar distintos orígenes de la basura que se deposita en las vías interprovinciales, de pueblos y de ciudades como recuerdo de una teórica “falta de educación”.
Están los peatones que mientras consumen algún pasapalo o antojito, sólo ejecutan el acto muscular voluntario de ‘des-sostener’ sobre el envase ya vacío del exquisito manjar que lo acompañó unos pasos.
Está el conductor, no sólo de transporte público sino también de humildes vehículos y hasta lujosas camionetas, que deben esforzarse un poco más y hacer con una mano un movimiento que permita al objeto indeseado trazar parabólicas centrífugas al exterior del vehículo, mientras con la otra se limpia la boca sin papel o utensilio de mínima higiene. También en muchas ocasiones encontramos, como fuente de esta triste y fiel compañía de aceras y calles, los mercados populares que, so pretexto de ser masivo, justifican y presentan como irremediable la contaminación de sus visitantes, compradores y usuarios.
“Eso es por falta de educación” dicen todos, cuando ven el desperdicio o basura llegar como destino final, a las vías públicas. Detengámonos un instante para evaluar el contenido de este juicio.
Si observamos a las perras (domésticas y sin alusiones personales, por favor), podremos notar un comportamiento que sólo se muestra en la época de celo: buscan un rincón idóneo para alojar a sus (posibles futuras) crías, y al encontrarlo, se esmeran en limpiarlo de toda suciedad, usando los pelos de sus patas delanteras como escoba, y generando el conocido ‘shrash, shrash’ de sus uñas contra el piso. También podemos ver a algunos perros machos haciendo esta operación, pero este tema no abarca a nuestros queridos animalitos domésticos metrosexuales (apegados a la higiene típica de las metrópolis).
¿Creemos que existe una sola persona en la civilización de cualquier hemisferio que no haya escuchado jamás un ‘Mantengamos la ciudad limpia’, o ‘No bote basura en la calle’? Quizás no todos los ciudadanos que habitan pueblos y ciudades hayan podido ir a la escuela, pero seguramente habrán tenido padres, tíos, abuelos, vecinos, amigos, por último enemigos, es decir, han tenido seguramente un mínimo de contacto social, donde por casualidad habrán podido escuchar, casi en la desgracia de un lejano rumor, que ‘no ensucie la calle por favor’, o quizás en la radio, que a todo volumen se hace sentir en el transporte público, y que representa otro tipo de contaminación.
Ante esta realidad, omnipresente y sobrecogedora de llamadas de atención, que por todos lados implora un poquito de higiene, ¿cómo podemos comprender la insistente terquedad del que ensucia los espacios comunes? Algunos conductores de transporte público explican que ‘si no ensuciamos, los que limpian las calles perderían el empleo’.
Más allá de este infelíz y a veces comprensible razonamiento, no me queda otro argumento para entender esta forma de tratar a la ciudad, que la palabra ‘flojera’. Sí, se puede comprender que para un determinado tipo de personas el hecho de mover una mano hacia algún espacio dentro de su vehículo en el caso de los conductores, o para los peatones, introducir ese trozo de estorbo, generalmente de papel (pero que les pesa como si fuese un ladrillo), es absolutamente intolerable, porque además implicaría tener que descargar esa basurita en recipientes adecuados para ello. Excesivo trajín ese de sacar la bolsita del carro, el papelito del bolsillo y llevarlo al envase idóneo, ¿no? Es que es… demasiado trabajo.